viernes, 12 de febrero de 2010

LA ASAMBLEA MARIANA DE COVADONGA

14 septiembre 1926


Son las ocho de la mañana.
El ambiente está caldeado y bochornoso. Por todos los caminitos acuden en número abundantísimo todos los devotos de las aldeas cercanas a la cueva.
Desde Arriondas y Cangas de Onís suben los «autos» abarrotados de viajeros. El elemento femenino abunda, poniendo una nota de simpatía en el austero conjunto.
Por el túnel y por la escalinata caminan todos hacia la gruta, El reducido espacio se llena poco a poco, y quedan aún a lo largo del túnel, y en gran parte de la escalera, los rezagados que llegaron tarde.
El señor arzobispo de Santiago se prepara para celebrar la misa Pontifical.
El coro de Llanes cantó de nuevo, quizá hoy mejor que nunca, como si se emocionaran los cantorcitos al pensar que doce siglos antes era allí mismo donde Don Pelayo arengaba a su improvisado ejército.
La música, toda clasicismo, de Vitoria, y la recia y sonora de don Marino Soria, se iba diluyendo y se escurría monte arriba pegada a los peñascos, y se dejaba oír de nuevo allá lejos, muy arriba, como un eco lejano, como un suspiro de la devoción.


Cantaron un «Regina Caeli», de Lotti.


En la gruta de Covadonga eran las canciones de la, afinadísima capilla, más bien que canciones, plegarias y suspiros—


El. P. Gonzalo Benejama, O. M. C.,subió a la cátedra santa. Nos habló con toda la solemne humildad de estos religiosos. Y su tema fue: «Espíritu que debe animar a los asambleístas y fin inmediato al que deben atender para su aprovechamiento espiritual.»
Tras un elocuente exordio, dijo que los asambleístas debían inspirarse en los españoles aquellos que, mandados por Pelayo, alcanzaron aquí la más estruendosa de las victorias sobre la morisma, e iniciaron aquí la reconquista y grandeza de España

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