martes, 7 de abril de 2009

CONSTANTINO CABAL EN CANGAS DE ONIS II

En este Cangas de Onis, “hablistan y parabolano”, arbolario y fantástico. Llenos de tipos espléndidamente originales y generosos, callo y vivió un inolvidable año D. Constantino Cabal y los suyos.




Por este tiempo, traía entre manos D. Constantino su libro “Covadonga”. Esta obra respondía a lo que, por entonces, se estaba preparando: la Coronación de La Virgen de las Batallas, en acto solemnísimo al que habían de existir cuanto en España hubiere y significare algo de notable en el mundo de las letras, del arte o de la política. Nos imaginamos a D. Constantino en su hotelito de la carretera de Caño, llenando afanosamente cuartillas y cuartillas, consultando libros, sus inseparables y fieles compañeros, echando mano del subsidio complementario que le ofrecía la bien nutrida librería de los Ceñal, rica en los datos que le interesaban para la obra que tenia en el lizo.


Y mientras D. Constantino plumeaba afanosamente, su mujer contenía como podía, los terribles ímpetus de los cuatro arrapiezos que bullían de impaciencia por herir el aire con sus gritos y romper el silencio de la casa con sus juegos.
En 1918 , estaba en las librerías “Covadonga”, impreso en Madrid por López del Horno, y que aquí tengo bajo mi mano . Es un libro Cangues de pura cepa, concebido y alumbrado a los mismos pies de la Santísima Virgen de Covadonga a la que siempre me complazco en nombrar como lo acabo de hacer, huyendo de esa empalagosa, e irrespetuosa, familiaridad bable –que no sé quién puso en circulación- que la designa la “Santina”.No voy a descubrir ahora como trabajaba D Constantino. Para saberlo, basta con leer media docena de páginas de cualquier libro que el aya escrito. Las notas bullen y hormiguean “verbenean”, como diría Quevedo con la cita abundantísima de libros y autores, algunos de extremada rareza, que hubo de ir a consultar a la biblioteca que poseía el ejemplar único; y nada digamos de fuentes manuscritas, también puestas a contribución por aquel infatigable trabajador.
Se podría escribir un no pequeño ensayo que bien pudiera titularse “Constantino Cabal, o los libros”. Los libros, estos fieles y leales amigos, son en muchas ocasiones, grabe motivo de discordias domésticas. Ocupan un gran espacio de la casa son un depósito de polvo, su limpieza y buena conservación, requieren mucha atención y , por tanto, mucho tiempo. Las mujeres, por lo general, tuercen el gesto cuando ven invadida la casa por estos maravillosos huéspedes que, en busca de espacio vital, sinuosamente se insinúan en una modesta estantería, y así hasta que atestan la casa. Yo sé algo de estas historias, y, particularmente, referidas a D Constantino. Sé que su mujer, Dña Mercedes, que a más de ser su mujer, fue también su más entusiasta colaboradora, sabía no solo disculpar la avasalladora pasión que sentía por los libros, si no incluso, animarla, pese a que la amenaza libresca, en alguna ocasión fue tan seria que los libros disponían de más espacio en el hogar de los Cabal, que la propia familia. Miles y miles de volúmenes llenaban la casa. Pues bien, cierto día Dña Mercedes, con su pluma, allego al hogar doméstico una cifra con la que no contaban el presupuesto familiar. D Constantino, ajeno por completo a su atuendo personal y si solo preocupado con sus libros y estudios, no le debió parecer mal a Dña Mercedes, remocicar algún tanto el vestuario de su marido, y en tal sentido, y aprovechando el “extra”, le comunicó que, inmediatamente, se comprase una camisa. D Constantino miró con tristeza a su mujer y entre dientes masculló algunas palabras. Como Dña Mercedes no le hubiera entendido, le dijo: ¿Qué acabas de decir?. Cabal tímidamente, pero con la seguridad de que sería comprendido, respondió: No, por Dios, no me compres una camisa que ya tengo bastantes. Cómprame un ejemplar de los “Sermones del Padre Cabrera”. Ni que decir tiene que el deseo fue inmediatamente satisfecho, pese a que la cuenta arrojaba un saldo favorable a la camisa, muchísimo más barata, en aquellos tiempos, que el libro solicitado, muy caro y a entonces. Cabal o los libros: libros que se colaban en el hogar, de matute a hurtadillas, bajo la promesa de que no volvería a comprar más escondidos, ocultos, hasta que estallaba el contrabando invadiéndolo todo, bajo la mirada indulgente y exculpatoria de Dña Mercedes.

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