El Retrato del Diablo. Antonio M Quintana,, 1859
No sé cómo ni porqué conducto llegó á oidos del diablo que en el convento de Villanueva, cerca de la villa de Cangas de Onis, un fraile de la comunidad, encargado de pintar los claustros, estaba haciendo su retrato, pero espantosamente deforme, horriblemente feo. Temeroso el rey del infierno de que padeciera su bien sentada reputacion si consentía tamaño desacato, adoptó inmediatamente la misma figura del monge pintor, aunque no su traje, y se presentó en el monasterio lanzando allá entre si no pocas imprecaciones contra aquella gente de habito que no le dejaba un momento de descanso para entregarse á su ocupacion favorita, la persecucion de las almas. Efectivamente, hay ciertas sospechas de que el diablo no miraba con buenos ojos la cogulla ni el cerquillo.
Llegó, pues, al monasterio y vió al monje encaramado en su andamio, la paleta en una mano, el pincel en la otra y contemplando con sonrisa de satisfaccion su obra maestra; frente deprimida, adornada de una poderosa cornamenta; ojos encarnados y salientes, nariz muy roma, boca de desmesurada grandeza, labios gruesos, dientes negros y asquerosos, orejas de asno, negras y torvas uñas y retorcida cola. ¡Oh! era cosa de desesperar al pobre diablo; pero lo que mas le irritó, fué que el pintor le puso á los pies de la Virgen, que estaba radiante de gracia y hormosura, sonriendo amorosa al tierno niño que tenia en los brazos. Así es que Satanás, sin poder contener su ira, se encaró con el monje y le dijo:
—Oye, compadre, ¿te parece que ese retrato está esacto»?
— ¡Toma! Como que es el del diablo, contestó el monje.
— ¿Y qué? ¿Has visto tú al diablo por ventura?
—Hombre... lo que es yo. .. no; pero la tía Mari—Andrea que le vió la otra noche cuando desaparecieron las gallinas del corral de la santa comunidad, me, hizo su retrato, que es el que estás viendo pintiparado.
—Es mentira; ni me vió la tia Mari-Andrea, ni yo estuve por aquí hace mucho tiempo, por que sé que no hago falta, con que.... compadre, ya puedes borrar todo eso, porque el diablo es el que tienes delante.
— ¡Ah! replicó el monje sin importarle gran cosa la presencia de tal personaje: ¿con que eres tú, eh? ¿Y me llamas compadre?
—Sí, te llamo compadre, porque quiero que nos entendamos por buenas, sin cuestiones ni disputas; con que á borrar lo hecho y....
—No me dá la gana, contestó e Imonje algo atufado; ¿porqué lo he de borrar?
—Porque en nada se parece á mí; aquí estoy en tu presencia, mírame bien y juzga tú mismo.
— ¡Que juzgue yo!
—Sí.
—Pues si te he de decir la verdad, me pareces aun mas feo que en el retrato, y en su consecuencia rasgaré esa boca para que....
— ¿Con que te parezco mas feo?
—Mucho más, muchísimo más.
—Vamos, dijo el diablo para sí, está visto que los hombres tienen tanto amor propio y tanto orgullo como yo; soy su misma figura y dicen que parezco mas feo.... Y alzando la voz añadió: con que acabemos de una vez, ¿reformas esa pintura ó nó?
—No, no, y cien veces no.
— ¿No? Pues á ver cómo bajas de ahí; y diciendo esto pegó un puntapié al andamio y dejó al pobre monje en el aire agarrado á una tabla que iba cayendo poco á poco.
— ¡Ay, madre mia! Virgen Santísima, ampárame, gritaba el deventurado, al ver que se precipitaba desde tan alto, mientras el diablo reia á carcajadas al ver su espanto y su apuro; pero entónces la Virgen estendió su mano derecha, cojió al monge por la capucha y lo dejó en el suelo con toda suavidad.
— ¡Ay, gracias, muchas gracias, hermosa Señora, si no es por vuestra santa intercesion consigue este maldito.... pero ¡calla! ¿Dónde está? ¡Desapareció!....
Efectivamente, el diablo, al ver el movimiento de la Virgen, huyó apresuradamente, pero jurando para sus adentros que el monje se las habia de pagar
Despues de haber dado las gracias á la Virgen con una fervorosa plegaria, y despues de ofrecerle aumentar en el retrato su celestial hermosura, si esto era posible, salió el reverendo pintor á dar una vuelta por las cercanías del convento, para distraer algun tanto su atribulada imaginacion. Pero no se habia internado gran trecho en el espeso monte cercano al monasterio, cuando, saliendo de "entre unos matorrales, se dirigió á él una muger de maravillosa hermosura, diciéndole con voz triste y armoniosa:
—Padre mio, padre mio, ¿tendreis la bondad de indicarme el sitio donde me encuentro?
Soy una pobre mujer que por librarme de las asechanzas de un mal hombre que me persigue, me he estraviado en este monte, y si no me amparais soy perdida.
No sé qué dulce encanto tenian las palabras de aquella dama; pero ello es que el pobre monje sintió una conmoccion general en todo su cuerpo y le causaba una turbacion inesplicable el brillo esplendoroso de los negros ojos que con ternura le miraban.
— ¿Y que podré hacer en vuestro obsequio, hermosa señora? le contestó con voz turbada.
—Guiarme al camino, padre mio, y despues. ... si me abandonais, esperaré á que me socorra alguna alma caritativa....
Y al decir esto, dos lágrimas como dos perlas cayeron de sus ojos, brillaron un momento en sus mejillas y se ocultaron en su blanquísimo seno. . .
— ¿Y no seria mejor, añadió el monje algo trémulo, que bajárais á Villanueva? está cerca y os proporcionaría un escelente asilo.
— ¡Ah! No, padre mio; á Villanueva nunca, porque allí está precisamente mi perseguidor; acompañadme, si sois tan bueno, hasta encontrar el camino, y luego....
—Bien, señora, os acompañaré hasta donde querais.
‘Entonces la hermosa dama se agarró del brazo del monje, lanzándole una mirada tan abrasadora que encendió toda su sangre, pero no sé cómo se componían, porque iban andando, andando y siempre se internaban mas en elmonte y siempre el camino que buscaban parecía mas lejano.
Por último, la señora, dando muestras del mayor cansancio, se detuvo de pronto, y dijo:
—No puedo mas, padre mio, no puedo mas; la fatiga me rinde, dejadme aquí, que no es justo os molesteis por esta pobre desventruada.
— ¡Dejaros! esclamó el monje con entusiasmo, eso nunca, y menos ahora que nos amenaza una tempestad. ¡Ah! precisamente hay allí una choza que nos brinda con su abrigo; haced un esfuerzo y lleguemos á ella.
— ¡Oh! ¡Qué bueno sois! ¡Cuánto agradecimiento guardo para vos en mi corazon!
Y diciendo así llegaron á la cabaña bastante á tiempo para librarse de la lluvia que empezaba á caer. Pero la dama, ademas del cansancio, era al parecer nerviosa y tímida, porque los truenos la espantaban y á cada uno de ellos se estrechaba y arrimaba al pobre monje, y hasta hubo momento que, sin saber lo que hacia por el miedo, le echó los brazos al cuello. ¡Ay! nunca el desventurado se había visto en tan crítitica situacion: nunca habian cruzado, por su pensamiento ideas como las que ahora le ocupaban: nunca, como entonces, habia odiado la tranquilidad del monasterio, ni habia creido necios loa votos pronunciados. Era completamente un hombre distinto del pintor de por la mañana.
—Señora, señora, dijo; no sé lo que siento á vuestro lado: creo que me vuelvo loco, y que si quereis, podeis causar la perdicion de mi alma; no sé lo que sois que así trastornais mi corazon
— ¡Oh! pues yo sé muy bien que sois bueno, y que nunca os pagaré lo que por mí habeis hecho.
— ¿Pagarme?.... sí, podeis pagarme, señora, pero....
— ¡Si es paga suficiente la gratitud de mi corazon! .... dijo ruborizándose.
—La gratitud.... sí, sí, la gratitud en bastante.
—Y el mas tierno cariño...
— ¡Oh! callad, no me hableis de vuestro cariño, porque si llegara á conseguirle, os seguíría hasta el fin de la tierra.
— ¿Me seguiríais? ¡Oh! ¡Qué felicidad! ¡Cuánto os amaría!
— ¿Me amaríais?
— ¡Sí. Sí, eternamente! Y la dama añadió en voz baja; no quisiste reformar mi retrato, pero yo haré que te arrepientas; voy á infundirte un nuevo pensamiento que corone mi bien comentada obra.
— ¿Qué dices, amada mía? esclamó el monje acercándose con ternura.
— ¡Ay! ¡Que somos muy desgraciados; no tenemos oro; yo soy tan pobre!
— ¡Oro! ¿Y para qué lo necesitamos?
— ¿Para qué? Si tuviéramos oro, correríamos libres y dichosos de una parte á otra; veríamos las grandes poblaciones, ó nos retiraríamos á un valle pacífico y tranquilo, donde gozaríamos solitarios de nuestro amor y ternura. ¡Ab! ¡Qué felices seríamos!
— ¡Sí... si... espérame en este mismo sitio.
Y sin decir otra palabra salió apresurado de la cabaña sin hacer caso de la lluvia que caia.
La dama, en cuanto se vió sola, lanzó una bronca carcajada y esclamó:
—-Veremos si mañana está reformado mi retrato.
Una hora despues volvió el monje pulido, agitado, pero decidido, y esclamó:
—Ya tenemos oro.
— ¿Cómo? ¿Con que eres rico, amor mio?
--¿Yo? No por cierto, contestó con voz ronca; he robado el tesoro del monasterio por amor tuyo; pero huyamos, porque temo que nos persigan.
—Sí, sí, huyamos pronto: ¡cuánto te voy á querer!
Y el monje se dejó guiar por la dama y fueron corriendo, corriendo, corriendo, sin saber adónde; siempre entre árboles y malezas, siempre en el mismo monte, como si dieran vueltas á un clrculo. El monje se desesperaba y llegó al colmo su aturdimiento al sentir ruido de gente que se acercaba. Entónces la dama comenzó á gritar diciendo:
— ¡Socorro. . . . Socorro!
— ¡Calla desventurada! gritó el monje: ¿á qué viene eso? ¿No ves que hay cerca gente?
¡Socorro!
— ¡Alto! gritó un hombre rechoncho y barbado que apareció entre ellos de repente: aquí está el ladron, compañeros, dijo volviéndose á Ios que le seguían; atadle bien y llevémosle al convento.
— ¡Soy perdido! murmuró el monje con desaliento, entregando sus brazos sin resistencia á los que le perseguían.
— ¡Ay! esclamó la dama con lágrimas en ios ojos, benditos sean mis salvadores; si no llegais tan oportunameute, soy víctima de la violencia de ese mal hombre.
— ¡Calle! dijo uno de ios recien llegados, ¿con que a mas de ladron tambien mujeriego? bueno, bueno; vaya con Dios, hermana, que este ya llevará su merecido.
La dama no se hizo de rogar y desapareció, y el pobre monje fué conducido á una prision, en donde le, dejaron encerrado y solo con sus tristes pensamientos.
Lo que mas atormentaba al desgraciado monje era la inesplicable conducta de la mujer que le habia seducido y engañado tan lastimosamente; pero como el hombre busca siempre disculpa á las faltas que cometa la mujer amada, se persuadió pronto de que solo el termor de verse prisionera la habia obligada á tomar ei papel de acusadora, tal vez para buscar despues los medios de salvarle. ¡Qué nécios somos!... En esto tenia ocupada su imaginacion, cuando sintió luegó llamar quedito á la puerta y que pregutaban ¿se puede entrar?
—Adelante, contestó con mal humor.
Y el diablo, pues era él, deslizándose por la cerradura entró en el aposento saludando á su víctima con una risa fisgona, demasiado irritante á la verdad.
— ¡Ah, maldito! esClamó el monje, ocurriéndole por la primera vez que sería obra de Satanas lo que le paraba; apuesto á que por tu causa me encuentro donde me encuentro.
— [Pche! contestó el diablo con insolencia; bien pudiera ser, compadre.
—Mira.... no me llames compadre, por que.... si tuviera yo aquí mí rosario....
—Pero afortunadamente no le tienes, ni hace tampoco mucha falta. Vamos á ver, ¿quieres salir de aquí?
—Claro está que quiero.
— ¿Y volver á tus ocupaciones como si nada hubiera pasado y sin que padezca tu reputacion?
—Desde luego.
— ¿Y olvidar á aquella Imagen?
— ¡Ah! eso.... ¡olvidarla! ¡Es tan hermosa!
—Y sin embargo, has hecho de ella un retrato que espanta.
— ¿Cómo? ¿Serías tú, maldito?....
—El mismo, hijo, el mismo; pero esto ya no es del caso; tú estás preso y acusado: yo. Vengo á darte la libertad, pero con una condicion.
— ¿Cuál?
—Que retormarás mi retrato; no quiero que el mundo me creo tan feo como tú me pintas, porque.... francamente, no lo soy.
— ¡Ah, necio, orgulloso! pero en fin, puesto que no hay otro remedio suscribo á esa condicion.
— ¿Y la cumplirán?
—La cumpliré.
Corriente; me fio en tu palabra; vete en paz y duerme tranquilo; que yo me quedo en tu Iugar.
Y diciendo esto abrió de par en par la puerta de la prision: el monje salió por ella sin hacerse de rogar y se encaminó á su celda.
Pero habian pasado muy pocos momentos cuando el diablo, dándose una palmada en la trente, esclamó:
— ¡Por mi nombre! No me acordaba que antes de una hora tengo que asistir á la cita que me dió aquella dama de Persia, creyéndome ¡su amante! ¡Y cuidado que hay leguas desde aqui á Persia! Sin embargo, es preciso que me atrapen en el lecho de la tal señora, para evitar así un casamiento que pondría en paz dos poderosas familiar. Vamos, no hay remedio; dispénseme el monje, porque lo que es yo me voy á la Persia.
Y sin mas acá ni mas alla, desapareció dejando abandonada la prision.
Un hombre entró en ella poco despues trayendo la cena para el prisionero; pero al ver que no habla nadie comenzó á dar gritos, puso en alarma toda la gente, salieron en persecucion del fugitivo y el resultado fué que volvieron a encerrar á mi pobre monje, asegurándole con un par de grillos para evitar otra escapatoria,
— ¡Pobre monje! Pasó toda la noche llorando á lágrima viva, renegando del diablo y de quien en él se fiaba.
Pero allá poco despues de amanecer, sintió abrir las puertas de su encierro y vió delante de sí, casi con alegría, al mismo diablo en persona con una cara tan compungida que daba lástima.
— ¡Ah! ¡Cómo me has engañado, infame, tramposo! esclamó el monje dirigiendose a él.
—Es verdad., contestó humildemente el diablo, pero dispénsame, compadre, un negocio urgentísimo me obligó á ausentarme por poco tiempo; pero ¿cómo estás aquí?
— ¿Que cómo estoy aquí? Buena noche me hiciste pasar.
— ¿Pues y yo? Figúrate que me habia citado una señora de Persia, muy hermosa por mas señas, nada ménos que á pasar la noche en su compañía; cuando héte aquí que á los pocos momentos me descubrieron unos desalmados, y me pegaron la paliza mas soberana que cayó sobre costillas de diablo, desde que diablos existen. ¡Si vieras cómo me duelen los huesos.i
— ¿Sí? ¡Me alegro! Te está bien empleado.
—Bueno, bueno; ya me las pagarán todas juntas. Ahora vete en paz el diablo no cree culta ni galante la frase vete con Dios\ que yo arreglaré tu asunto; pero cuidado con el retrato.
— Y cuidado con hacerme otra jugarreta, porque entónces con cuatro pinceladas mas. ...
—.No, no; te doy mi palabra de que quedarás contento.
—Pues entónces servido.
Dos horas despues el capítulo del monasterio, erigido en tribunal, bajo la presidencia del abad, citó al monje para que respondiera á los graves cargos que contra él resultaban, y el .diablo se presentó con ademan contiito y humilde Pero por exacta que fuera su semejanza con el delincuente, alguno de los jueces concibió ciertas sospechas de que allí habia trampa y las comunicó en voz baja á sus compañeros; estos convinieron con él y acordaron valerse de algunos exorcismo para averiguar ia verdad del caso. Por muy en secreto que trataran este asunto, el diablo, que, no es tonto, se apercibió de ello y murmuró para su capote con dlgna inquietud:
—Apostaría cualquier cosa á que esta gente trata de hacer alguna de las sullas; no, pues como empiecen con exorcismos y oraciones no soy yo el que espera; por otra parte irme sin mas ni mas, sin algo entre las uñas.... ¡Bah! me llevaré al abad y alguno me lo agradecerá.
Y viendo que uno de ellos sacaba el breviario de entre los hábitos, hizo un grande esfuerzo, rompió las ataduras, y saltando á la silla presidencial, cogió al abad por la capucha y huyó con su presa por Ios aires, lanzando carcajadas.
¿Creereis acaso que el diablo se llevó al abad? ¡Cá! Lo que se llevó fué el hábito, porque estaba el santo varon tan flaquito y estenuado por los ayunos y Ia penitencia, que al sentirse cogido se escurrió bonitamente al suelo sin que el diablo lo advirtiera.
Despues los monjes tueron en busca de su compañero el pintor y le pidieron humildemente perdon por la injusta sospecha que de él habian tenido, puesto que el robo del tesoro y todo lo demas habia sido cosa del diablo. El monge fué generoso; los perdonó á todos de buena voluntad; y agradecido, como era justo, á un diablo tan de bien, reformó considerablemente su retrato, dejándole, si no hermoso, pasadero al menos; y dicen algunos que al saberlo Satanás sintió un impulso de alegría que convidó á un opíparo banquete de alas de mosca y patitas de araña fritas en sarten, á los diablos y archidiablos que desempeñan los cargos mas principales en su poderoso reino.
No sé cómo ni porqué conducto llegó á oidos del diablo que en el convento de Villanueva, cerca de la villa de Cangas de Onis, un fraile de la comunidad, encargado de pintar los claustros, estaba haciendo su retrato, pero espantosamente deforme, horriblemente feo. Temeroso el rey del infierno de que padeciera su bien sentada reputacion si consentía tamaño desacato, adoptó inmediatamente la misma figura del monge pintor, aunque no su traje, y se presentó en el monasterio lanzando allá entre si no pocas imprecaciones contra aquella gente de habito que no le dejaba un momento de descanso para entregarse á su ocupacion favorita, la persecucion de las almas. Efectivamente, hay ciertas sospechas de que el diablo no miraba con buenos ojos la cogulla ni el cerquillo.
Llegó, pues, al monasterio y vió al monje encaramado en su andamio, la paleta en una mano, el pincel en la otra y contemplando con sonrisa de satisfaccion su obra maestra; frente deprimida, adornada de una poderosa cornamenta; ojos encarnados y salientes, nariz muy roma, boca de desmesurada grandeza, labios gruesos, dientes negros y asquerosos, orejas de asno, negras y torvas uñas y retorcida cola. ¡Oh! era cosa de desesperar al pobre diablo; pero lo que mas le irritó, fué que el pintor le puso á los pies de la Virgen, que estaba radiante de gracia y hormosura, sonriendo amorosa al tierno niño que tenia en los brazos. Así es que Satanás, sin poder contener su ira, se encaró con el monje y le dijo:
—Oye, compadre, ¿te parece que ese retrato está esacto»?
— ¡Toma! Como que es el del diablo, contestó el monje.
— ¿Y qué? ¿Has visto tú al diablo por ventura?
—Hombre... lo que es yo. .. no; pero la tía Mari—Andrea que le vió la otra noche cuando desaparecieron las gallinas del corral de la santa comunidad, me, hizo su retrato, que es el que estás viendo pintiparado.
—Es mentira; ni me vió la tia Mari-Andrea, ni yo estuve por aquí hace mucho tiempo, por que sé que no hago falta, con que.... compadre, ya puedes borrar todo eso, porque el diablo es el que tienes delante.
— ¡Ah! replicó el monje sin importarle gran cosa la presencia de tal personaje: ¿con que eres tú, eh? ¿Y me llamas compadre?
—Sí, te llamo compadre, porque quiero que nos entendamos por buenas, sin cuestiones ni disputas; con que á borrar lo hecho y....
—No me dá la gana, contestó e Imonje algo atufado; ¿porqué lo he de borrar?
—Porque en nada se parece á mí; aquí estoy en tu presencia, mírame bien y juzga tú mismo.
— ¡Que juzgue yo!
—Sí.
—Pues si te he de decir la verdad, me pareces aun mas feo que en el retrato, y en su consecuencia rasgaré esa boca para que....
— ¿Con que te parezco mas feo?
—Mucho más, muchísimo más.
—Vamos, dijo el diablo para sí, está visto que los hombres tienen tanto amor propio y tanto orgullo como yo; soy su misma figura y dicen que parezco mas feo.... Y alzando la voz añadió: con que acabemos de una vez, ¿reformas esa pintura ó nó?
—No, no, y cien veces no.
— ¿No? Pues á ver cómo bajas de ahí; y diciendo esto pegó un puntapié al andamio y dejó al pobre monje en el aire agarrado á una tabla que iba cayendo poco á poco.
— ¡Ay, madre mia! Virgen Santísima, ampárame, gritaba el deventurado, al ver que se precipitaba desde tan alto, mientras el diablo reia á carcajadas al ver su espanto y su apuro; pero entónces la Virgen estendió su mano derecha, cojió al monge por la capucha y lo dejó en el suelo con toda suavidad.
— ¡Ay, gracias, muchas gracias, hermosa Señora, si no es por vuestra santa intercesion consigue este maldito.... pero ¡calla! ¿Dónde está? ¡Desapareció!....
Efectivamente, el diablo, al ver el movimiento de la Virgen, huyó apresuradamente, pero jurando para sus adentros que el monje se las habia de pagar
Despues de haber dado las gracias á la Virgen con una fervorosa plegaria, y despues de ofrecerle aumentar en el retrato su celestial hermosura, si esto era posible, salió el reverendo pintor á dar una vuelta por las cercanías del convento, para distraer algun tanto su atribulada imaginacion. Pero no se habia internado gran trecho en el espeso monte cercano al monasterio, cuando, saliendo de "entre unos matorrales, se dirigió á él una muger de maravillosa hermosura, diciéndole con voz triste y armoniosa:
—Padre mio, padre mio, ¿tendreis la bondad de indicarme el sitio donde me encuentro?
Soy una pobre mujer que por librarme de las asechanzas de un mal hombre que me persigue, me he estraviado en este monte, y si no me amparais soy perdida.
No sé qué dulce encanto tenian las palabras de aquella dama; pero ello es que el pobre monje sintió una conmoccion general en todo su cuerpo y le causaba una turbacion inesplicable el brillo esplendoroso de los negros ojos que con ternura le miraban.
— ¿Y que podré hacer en vuestro obsequio, hermosa señora? le contestó con voz turbada.
—Guiarme al camino, padre mio, y despues. ... si me abandonais, esperaré á que me socorra alguna alma caritativa....
Y al decir esto, dos lágrimas como dos perlas cayeron de sus ojos, brillaron un momento en sus mejillas y se ocultaron en su blanquísimo seno. . .
— ¿Y no seria mejor, añadió el monje algo trémulo, que bajárais á Villanueva? está cerca y os proporcionaría un escelente asilo.
— ¡Ah! No, padre mio; á Villanueva nunca, porque allí está precisamente mi perseguidor; acompañadme, si sois tan bueno, hasta encontrar el camino, y luego....
—Bien, señora, os acompañaré hasta donde querais.
‘Entonces la hermosa dama se agarró del brazo del monje, lanzándole una mirada tan abrasadora que encendió toda su sangre, pero no sé cómo se componían, porque iban andando, andando y siempre se internaban mas en elmonte y siempre el camino que buscaban parecía mas lejano.
Por último, la señora, dando muestras del mayor cansancio, se detuvo de pronto, y dijo:
—No puedo mas, padre mio, no puedo mas; la fatiga me rinde, dejadme aquí, que no es justo os molesteis por esta pobre desventruada.
— ¡Dejaros! esclamó el monje con entusiasmo, eso nunca, y menos ahora que nos amenaza una tempestad. ¡Ah! precisamente hay allí una choza que nos brinda con su abrigo; haced un esfuerzo y lleguemos á ella.
— ¡Oh! ¡Qué bueno sois! ¡Cuánto agradecimiento guardo para vos en mi corazon!
Y diciendo así llegaron á la cabaña bastante á tiempo para librarse de la lluvia que empezaba á caer. Pero la dama, ademas del cansancio, era al parecer nerviosa y tímida, porque los truenos la espantaban y á cada uno de ellos se estrechaba y arrimaba al pobre monje, y hasta hubo momento que, sin saber lo que hacia por el miedo, le echó los brazos al cuello. ¡Ay! nunca el desventurado se había visto en tan crítitica situacion: nunca habian cruzado, por su pensamiento ideas como las que ahora le ocupaban: nunca, como entonces, habia odiado la tranquilidad del monasterio, ni habia creido necios loa votos pronunciados. Era completamente un hombre distinto del pintor de por la mañana.
—Señora, señora, dijo; no sé lo que siento á vuestro lado: creo que me vuelvo loco, y que si quereis, podeis causar la perdicion de mi alma; no sé lo que sois que así trastornais mi corazon
— ¡Oh! pues yo sé muy bien que sois bueno, y que nunca os pagaré lo que por mí habeis hecho.
— ¿Pagarme?.... sí, podeis pagarme, señora, pero....
— ¡Si es paga suficiente la gratitud de mi corazon! .... dijo ruborizándose.
—La gratitud.... sí, sí, la gratitud en bastante.
—Y el mas tierno cariño...
— ¡Oh! callad, no me hableis de vuestro cariño, porque si llegara á conseguirle, os seguíría hasta el fin de la tierra.
— ¿Me seguiríais? ¡Oh! ¡Qué felicidad! ¡Cuánto os amaría!
— ¿Me amaríais?
— ¡Sí. Sí, eternamente! Y la dama añadió en voz baja; no quisiste reformar mi retrato, pero yo haré que te arrepientas; voy á infundirte un nuevo pensamiento que corone mi bien comentada obra.
— ¿Qué dices, amada mía? esclamó el monje acercándose con ternura.
— ¡Ay! ¡Que somos muy desgraciados; no tenemos oro; yo soy tan pobre!
— ¡Oro! ¿Y para qué lo necesitamos?
— ¿Para qué? Si tuviéramos oro, correríamos libres y dichosos de una parte á otra; veríamos las grandes poblaciones, ó nos retiraríamos á un valle pacífico y tranquilo, donde gozaríamos solitarios de nuestro amor y ternura. ¡Ab! ¡Qué felices seríamos!
— ¡Sí... si... espérame en este mismo sitio.
Y sin decir otra palabra salió apresurado de la cabaña sin hacer caso de la lluvia que caia.
La dama, en cuanto se vió sola, lanzó una bronca carcajada y esclamó:
—-Veremos si mañana está reformado mi retrato.
Una hora despues volvió el monje pulido, agitado, pero decidido, y esclamó:
—Ya tenemos oro.
— ¿Cómo? ¿Con que eres rico, amor mio?
--¿Yo? No por cierto, contestó con voz ronca; he robado el tesoro del monasterio por amor tuyo; pero huyamos, porque temo que nos persigan.
—Sí, sí, huyamos pronto: ¡cuánto te voy á querer!
Y el monje se dejó guiar por la dama y fueron corriendo, corriendo, corriendo, sin saber adónde; siempre entre árboles y malezas, siempre en el mismo monte, como si dieran vueltas á un clrculo. El monje se desesperaba y llegó al colmo su aturdimiento al sentir ruido de gente que se acercaba. Entónces la dama comenzó á gritar diciendo:
— ¡Socorro. . . . Socorro!
— ¡Calla desventurada! gritó el monje: ¿á qué viene eso? ¿No ves que hay cerca gente?
¡Socorro!
— ¡Alto! gritó un hombre rechoncho y barbado que apareció entre ellos de repente: aquí está el ladron, compañeros, dijo volviéndose á Ios que le seguían; atadle bien y llevémosle al convento.
— ¡Soy perdido! murmuró el monje con desaliento, entregando sus brazos sin resistencia á los que le perseguían.
— ¡Ay! esclamó la dama con lágrimas en ios ojos, benditos sean mis salvadores; si no llegais tan oportunameute, soy víctima de la violencia de ese mal hombre.
— ¡Calle! dijo uno de ios recien llegados, ¿con que a mas de ladron tambien mujeriego? bueno, bueno; vaya con Dios, hermana, que este ya llevará su merecido.
La dama no se hizo de rogar y desapareció, y el pobre monje fué conducido á una prision, en donde le, dejaron encerrado y solo con sus tristes pensamientos.
Lo que mas atormentaba al desgraciado monje era la inesplicable conducta de la mujer que le habia seducido y engañado tan lastimosamente; pero como el hombre busca siempre disculpa á las faltas que cometa la mujer amada, se persuadió pronto de que solo el termor de verse prisionera la habia obligada á tomar ei papel de acusadora, tal vez para buscar despues los medios de salvarle. ¡Qué nécios somos!... En esto tenia ocupada su imaginacion, cuando sintió luegó llamar quedito á la puerta y que pregutaban ¿se puede entrar?
—Adelante, contestó con mal humor.
Y el diablo, pues era él, deslizándose por la cerradura entró en el aposento saludando á su víctima con una risa fisgona, demasiado irritante á la verdad.
— ¡Ah, maldito! esClamó el monje, ocurriéndole por la primera vez que sería obra de Satanas lo que le paraba; apuesto á que por tu causa me encuentro donde me encuentro.
— [Pche! contestó el diablo con insolencia; bien pudiera ser, compadre.
—Mira.... no me llames compadre, por que.... si tuviera yo aquí mí rosario....
—Pero afortunadamente no le tienes, ni hace tampoco mucha falta. Vamos á ver, ¿quieres salir de aquí?
—Claro está que quiero.
— ¿Y volver á tus ocupaciones como si nada hubiera pasado y sin que padezca tu reputacion?
—Desde luego.
— ¿Y olvidar á aquella Imagen?
— ¡Ah! eso.... ¡olvidarla! ¡Es tan hermosa!
—Y sin embargo, has hecho de ella un retrato que espanta.
— ¿Cómo? ¿Serías tú, maldito?....
—El mismo, hijo, el mismo; pero esto ya no es del caso; tú estás preso y acusado: yo. Vengo á darte la libertad, pero con una condicion.
— ¿Cuál?
—Que retormarás mi retrato; no quiero que el mundo me creo tan feo como tú me pintas, porque.... francamente, no lo soy.
— ¡Ah, necio, orgulloso! pero en fin, puesto que no hay otro remedio suscribo á esa condicion.
— ¿Y la cumplirán?
—La cumpliré.
Corriente; me fio en tu palabra; vete en paz y duerme tranquilo; que yo me quedo en tu Iugar.
Y diciendo esto abrió de par en par la puerta de la prision: el monje salió por ella sin hacerse de rogar y se encaminó á su celda.
Pero habian pasado muy pocos momentos cuando el diablo, dándose una palmada en la trente, esclamó:
— ¡Por mi nombre! No me acordaba que antes de una hora tengo que asistir á la cita que me dió aquella dama de Persia, creyéndome ¡su amante! ¡Y cuidado que hay leguas desde aqui á Persia! Sin embargo, es preciso que me atrapen en el lecho de la tal señora, para evitar así un casamiento que pondría en paz dos poderosas familiar. Vamos, no hay remedio; dispénseme el monje, porque lo que es yo me voy á la Persia.
Y sin mas acá ni mas alla, desapareció dejando abandonada la prision.
Un hombre entró en ella poco despues trayendo la cena para el prisionero; pero al ver que no habla nadie comenzó á dar gritos, puso en alarma toda la gente, salieron en persecucion del fugitivo y el resultado fué que volvieron a encerrar á mi pobre monje, asegurándole con un par de grillos para evitar otra escapatoria,
— ¡Pobre monje! Pasó toda la noche llorando á lágrima viva, renegando del diablo y de quien en él se fiaba.
Pero allá poco despues de amanecer, sintió abrir las puertas de su encierro y vió delante de sí, casi con alegría, al mismo diablo en persona con una cara tan compungida que daba lástima.
— ¡Ah! ¡Cómo me has engañado, infame, tramposo! esclamó el monje dirigiendose a él.
—Es verdad., contestó humildemente el diablo, pero dispénsame, compadre, un negocio urgentísimo me obligó á ausentarme por poco tiempo; pero ¿cómo estás aquí?
— ¿Que cómo estoy aquí? Buena noche me hiciste pasar.
— ¿Pues y yo? Figúrate que me habia citado una señora de Persia, muy hermosa por mas señas, nada ménos que á pasar la noche en su compañía; cuando héte aquí que á los pocos momentos me descubrieron unos desalmados, y me pegaron la paliza mas soberana que cayó sobre costillas de diablo, desde que diablos existen. ¡Si vieras cómo me duelen los huesos.i
— ¿Sí? ¡Me alegro! Te está bien empleado.
—Bueno, bueno; ya me las pagarán todas juntas. Ahora vete en paz el diablo no cree culta ni galante la frase vete con Dios\ que yo arreglaré tu asunto; pero cuidado con el retrato.
— Y cuidado con hacerme otra jugarreta, porque entónces con cuatro pinceladas mas. ...
—.No, no; te doy mi palabra de que quedarás contento.
—Pues entónces servido.
Dos horas despues el capítulo del monasterio, erigido en tribunal, bajo la presidencia del abad, citó al monje para que respondiera á los graves cargos que contra él resultaban, y el .diablo se presentó con ademan contiito y humilde Pero por exacta que fuera su semejanza con el delincuente, alguno de los jueces concibió ciertas sospechas de que allí habia trampa y las comunicó en voz baja á sus compañeros; estos convinieron con él y acordaron valerse de algunos exorcismo para averiguar ia verdad del caso. Por muy en secreto que trataran este asunto, el diablo, que, no es tonto, se apercibió de ello y murmuró para su capote con dlgna inquietud:
—Apostaría cualquier cosa á que esta gente trata de hacer alguna de las sullas; no, pues como empiecen con exorcismos y oraciones no soy yo el que espera; por otra parte irme sin mas ni mas, sin algo entre las uñas.... ¡Bah! me llevaré al abad y alguno me lo agradecerá.
Y viendo que uno de ellos sacaba el breviario de entre los hábitos, hizo un grande esfuerzo, rompió las ataduras, y saltando á la silla presidencial, cogió al abad por la capucha y huyó con su presa por Ios aires, lanzando carcajadas.
¿Creereis acaso que el diablo se llevó al abad? ¡Cá! Lo que se llevó fué el hábito, porque estaba el santo varon tan flaquito y estenuado por los ayunos y Ia penitencia, que al sentirse cogido se escurrió bonitamente al suelo sin que el diablo lo advirtiera.
Despues los monjes tueron en busca de su compañero el pintor y le pidieron humildemente perdon por la injusta sospecha que de él habian tenido, puesto que el robo del tesoro y todo lo demas habia sido cosa del diablo. El monge fué generoso; los perdonó á todos de buena voluntad; y agradecido, como era justo, á un diablo tan de bien, reformó considerablemente su retrato, dejándole, si no hermoso, pasadero al menos; y dicen algunos que al saberlo Satanás sintió un impulso de alegría que convidó á un opíparo banquete de alas de mosca y patitas de araña fritas en sarten, á los diablos y archidiablos que desempeñan los cargos mas principales en su poderoso reino.
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