Aunque parezca que no tiene nada que ver, todos aquellos que pasen los cuarenta y sean de Cangas de Onis entenderán el porque de este articulo. Riaño siempre fue uno de los lugares preferidos de los veraneos de los Cangueses, siempre recordare cuando mi padre me llevaba al río de de Riaño, justo saliendo del pueblo en dirección a Cistierna parando antes en Vegacerneja a comprar la hogaza de pan de Castilla para el pic nic, y que después siempre duraba dos o tres días. Allí en en el río medio Cangas, como hoy cuando vamos a la playa de Barro. Una de las cosas que mas me llamaba la atención cuando llegábamos a Riaño era un viejo edificio ya desmantelado que conservaba su grandeza, estaba justo antes de divisar el pueblo a mano izquierda , yo le preguntaba a mi padre que que era esa edificio, el Parador, me contestaba, quien me lo iba a decir a mi que treinta años después que un Parador seria uno de los pilares de mi vida. Hoy le quiero dedicar este articulo a este edificio que forma parte de mis recuerdos de infancia.
Había visitantes ilustres, trabajo para la gente de la zona, se movía el dinero. En invierno los servicios se reducían, pero en verano las instalaciones se llenaban. Eran buenos años para Riaño. El parador movía un mercado turístico en alza, y los campamentos del Frente de Juventudes y de Obreros de Asturias aportaban una vida y unos recursos a los pueblos de la comarca que no han vuelto a repetirse. Por eso se recuerda el parador con añoranza. Y se recuerda también el compromiso adquirido por la Administración de reconstruir un establecimiento de este tipo más arriba de la cota del pantano.
Pero el parador no desapareció por las inundaciones. En realidad, se cerró mucho antes. En opinión de algunos de los que allí trabajaron, la inminencia del pantano precipitó su abandono. Otros, aún con la boca pequeña, reconocen que el establecimiento no era rentable. Así lo recuerda también la Secretaría de Estado de Turismo en el documento enviado a la Manconumidad de la Montaña de Riaño hace ahora un año, cuando estudió la solicitud de construcción de un nuevo parador. A parte de otros condicionantes, el anterior se cerró por «falta de viabilidad económica».
El parador de Riaño se inauguró oficialmente el 7 de julio de 1951, cinco años después de la aprobación del proyecto, según recuerda un artículo publicado en la Revista Comarcal Montaña de Riaño el año pasado. «Era un edificio soberbio, de piedra caliza labrada, sobrio pero con una elegancia inigualable, emplazado estratégicamente para poder observar desde él todo el paisaje», recuerda.
El proyecto fue realizado por el arquitecto Delgado Úbeda, «gran aficionado a la montaña y enamorado desde hacía tiempo de estos parajes». Un autentico hotel de lujo para la época, y también para la zona. La revista rescata de la memoria de quienes vivieron aquellos años las dificultades para trasladar los materiales necesarios para la construcción en aquellos años, con carreteras difíciles e inviernos muy crudos. Como en la actualidad, matiza.
Sin embargo, reconoce también que con la apertura del parador se marcó el comienzo de una etapa de esplendor y abundancia para Riaño.
El parador de Riaño se situaba a una altura de 1.167 metros, en el paraje conocido como La Puerta. Las zanjas para asentar el edificio, que en algunos casos sobrepasaban los dos metros de profundidad, se excavaron enteramente a pico y pala, rellenándolas después con hormigón. Las piedras y demás materiales se acercaban a la obra aún con un carro tirado por vacas; y fueron muchos los vecinos de la comarca que participaron en la construcción.
Para el alzado se contrató «mano de obra especializada: hubo encofradores de las Vascongadas, albañiles de Madrid, canteros y labrantes de origen portugués, yesistas salmantinos...» Pero el personal menos cualificado era de la zona.
También de la comarca se sacó buena parte del material utilizado, salvo el cemento y la pizarra de la cubierta. La piedra caliza de la fachada era de una cantera de Riaño y el mármol de Besande. El cemento venía de Mataporquera y la madera de Santander.
«El resultado final fue una edificación con dos plantas bajo tierra, planta baja y dos alturas más, la última de ellas abuardillada. En la planta inferior estaba situada una cochera, sobre la que había una gran terraza. Contaba esta planta con habitaciones para chóferes y mecánicos, además disponía de foso y lavadero para coches. Sobre ésta estaba la planta de calderas, lavaderos así como las habitaciones del servicio femenino. En la planta baja, a la que se accedía por dos grandes escalinatas que conducían a terrazas y a unas amplias galerías, estaban ubicadas la recepción, las cocinas, los salones y el comedor. En las plantas una y dos estaban, además de las 31 habitaciones de las que disponía, la vivienda del director y las habitaciones del personal masculino».
El personal que atendía el parador estaba compuesto por una treintena de personas, muchas de ellas contratadas en los pueblos limítrofes. Una de estas personas es Daría Domínguez, empleada durante varios años en el parador. «Era precioso», recuerda mostrando una foto enmarcada del edificio, uno de los regalos que le han hecho en los últimos años que conserva con más aprecio. «Y dio mucha vida a la comarca», aunque reconoce que se llenaba a partir de Semana Santa y durante el verano, pero que en invierno tenía pocos clientes. De hecho, en sus últimos años de servicio se cerraba durante los meses de invierno, y el personal era trasladado a otros paradores de la Red.
Daría Domínguez recuerda que las primeras habitaciones que se abandonaron fueron las del servicio en la planta baja, comidas por la humedad. Luego llegó el cierre y el desmantelamiento. «Se llevaron de allí hasta las piedras», recuerda, señalando desde la puerta de su negocio el paisaje que se reconoce en la foto que sostiene en los brazos, un paisaje impresionante que se dominaba desde el parador.
La promesa de recuperar un establecimiento hotelero del nivel de aquel parador la recibe con escepticismo: «Hasta que no lo vea, no lo creo». Y recuerda los acuerdos entre los alcaldes para buscar, en caso de que se les conceda el parador, la mejor ubicación según los técnicos.
Ni las promesas incumplidas ni las difícilmente realizables le borran la sonrisa cuando recuerda aquellos años de su juventud, antes de casarse, cuando junto con otras muchachas de La Puerta preparó un espectáculo de cantos y bailes locales para obsequiar al rey Balduino y la reina Fabiola cuando llegaron para pasar unos días en este establecimiento. Sabe que las felicitaron porque «la reina hablaba español».
En el recuerdo están también los viajes de Franco para cazar y pescar en las montañas, la duquesa de Alba, los clientes habituales como «aquellos dos médicos franceses»,... Un mundo cosmopolita y adinerado que se fue de las montañas de Riaño con el parador. Aunque quizá aquellas glorias no eran capaces de mantener por sí solas un servicio de esa categoría. «Hoy la gente está acostumbrada a buenos hoteles, se exigen mejores servicios en todas partes. Entonces, aquel parador era un lujo», afirma Daría.
Hasta el año 1961 el parador permaneció abierto todo el año, pero a partir de entonces se cerró a partir de octubre, porque las comunicaciones hacían muy difícil la llegada de clientes en invierno. Hubo algunas temporadas que se abrió en Semana Santa, pero en su última época sólo lo hizo de junio a octubre. Se cerró definitivamente en 1969. Buena parte de sus muebles se trasladaron a paradores como los de Cervera, Ciudad Rodrigo y Benavente, entre otros.
Pero el parador no desapareció por las inundaciones. En realidad, se cerró mucho antes. En opinión de algunos de los que allí trabajaron, la inminencia del pantano precipitó su abandono. Otros, aún con la boca pequeña, reconocen que el establecimiento no era rentable. Así lo recuerda también la Secretaría de Estado de Turismo en el documento enviado a la Manconumidad de la Montaña de Riaño hace ahora un año, cuando estudió la solicitud de construcción de un nuevo parador. A parte de otros condicionantes, el anterior se cerró por «falta de viabilidad económica».
El parador de Riaño se inauguró oficialmente el 7 de julio de 1951, cinco años después de la aprobación del proyecto, según recuerda un artículo publicado en la Revista Comarcal Montaña de Riaño el año pasado. «Era un edificio soberbio, de piedra caliza labrada, sobrio pero con una elegancia inigualable, emplazado estratégicamente para poder observar desde él todo el paisaje», recuerda.
El proyecto fue realizado por el arquitecto Delgado Úbeda, «gran aficionado a la montaña y enamorado desde hacía tiempo de estos parajes». Un autentico hotel de lujo para la época, y también para la zona. La revista rescata de la memoria de quienes vivieron aquellos años las dificultades para trasladar los materiales necesarios para la construcción en aquellos años, con carreteras difíciles e inviernos muy crudos. Como en la actualidad, matiza.
Sin embargo, reconoce también que con la apertura del parador se marcó el comienzo de una etapa de esplendor y abundancia para Riaño.
El parador de Riaño se situaba a una altura de 1.167 metros, en el paraje conocido como La Puerta. Las zanjas para asentar el edificio, que en algunos casos sobrepasaban los dos metros de profundidad, se excavaron enteramente a pico y pala, rellenándolas después con hormigón. Las piedras y demás materiales se acercaban a la obra aún con un carro tirado por vacas; y fueron muchos los vecinos de la comarca que participaron en la construcción.
Para el alzado se contrató «mano de obra especializada: hubo encofradores de las Vascongadas, albañiles de Madrid, canteros y labrantes de origen portugués, yesistas salmantinos...» Pero el personal menos cualificado era de la zona.
También de la comarca se sacó buena parte del material utilizado, salvo el cemento y la pizarra de la cubierta. La piedra caliza de la fachada era de una cantera de Riaño y el mármol de Besande. El cemento venía de Mataporquera y la madera de Santander.
«El resultado final fue una edificación con dos plantas bajo tierra, planta baja y dos alturas más, la última de ellas abuardillada. En la planta inferior estaba situada una cochera, sobre la que había una gran terraza. Contaba esta planta con habitaciones para chóferes y mecánicos, además disponía de foso y lavadero para coches. Sobre ésta estaba la planta de calderas, lavaderos así como las habitaciones del servicio femenino. En la planta baja, a la que se accedía por dos grandes escalinatas que conducían a terrazas y a unas amplias galerías, estaban ubicadas la recepción, las cocinas, los salones y el comedor. En las plantas una y dos estaban, además de las 31 habitaciones de las que disponía, la vivienda del director y las habitaciones del personal masculino».
El personal que atendía el parador estaba compuesto por una treintena de personas, muchas de ellas contratadas en los pueblos limítrofes. Una de estas personas es Daría Domínguez, empleada durante varios años en el parador. «Era precioso», recuerda mostrando una foto enmarcada del edificio, uno de los regalos que le han hecho en los últimos años que conserva con más aprecio. «Y dio mucha vida a la comarca», aunque reconoce que se llenaba a partir de Semana Santa y durante el verano, pero que en invierno tenía pocos clientes. De hecho, en sus últimos años de servicio se cerraba durante los meses de invierno, y el personal era trasladado a otros paradores de la Red.
Daría Domínguez recuerda que las primeras habitaciones que se abandonaron fueron las del servicio en la planta baja, comidas por la humedad. Luego llegó el cierre y el desmantelamiento. «Se llevaron de allí hasta las piedras», recuerda, señalando desde la puerta de su negocio el paisaje que se reconoce en la foto que sostiene en los brazos, un paisaje impresionante que se dominaba desde el parador.
La promesa de recuperar un establecimiento hotelero del nivel de aquel parador la recibe con escepticismo: «Hasta que no lo vea, no lo creo». Y recuerda los acuerdos entre los alcaldes para buscar, en caso de que se les conceda el parador, la mejor ubicación según los técnicos.
Ni las promesas incumplidas ni las difícilmente realizables le borran la sonrisa cuando recuerda aquellos años de su juventud, antes de casarse, cuando junto con otras muchachas de La Puerta preparó un espectáculo de cantos y bailes locales para obsequiar al rey Balduino y la reina Fabiola cuando llegaron para pasar unos días en este establecimiento. Sabe que las felicitaron porque «la reina hablaba español».
En el recuerdo están también los viajes de Franco para cazar y pescar en las montañas, la duquesa de Alba, los clientes habituales como «aquellos dos médicos franceses»,... Un mundo cosmopolita y adinerado que se fue de las montañas de Riaño con el parador. Aunque quizá aquellas glorias no eran capaces de mantener por sí solas un servicio de esa categoría. «Hoy la gente está acostumbrada a buenos hoteles, se exigen mejores servicios en todas partes. Entonces, aquel parador era un lujo», afirma Daría.
Hasta el año 1961 el parador permaneció abierto todo el año, pero a partir de entonces se cerró a partir de octubre, porque las comunicaciones hacían muy difícil la llegada de clientes en invierno. Hubo algunas temporadas que se abrió en Semana Santa, pero en su última época sólo lo hizo de junio a octubre. Se cerró definitivamente en 1969. Buena parte de sus muebles se trasladaron a paradores como los de Cervera, Ciudad Rodrigo y Benavente, entre otros.
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