Francisco José Pantín Fernández
Ya en el año 1894, continúa con sus funciones representando, domingo y lunes, obras como Llovido del Cielo, ¿República o Monarquía? y De peligro en peligro, en las que actuaron jóvenes aficionados de la Villa, y el drama de Gaspar Núñez de Arce, Deudas de la Honra, magistralmente interpretados, según el crítico, por el señor y la señorita Ibáñez, “que supieron dar a sus respectivos papeles todo el colorido y sentimiento que el autor imprimió en ellos”. En día miércoles, se representa el drama Los Lazos de la Familia (1859) de Luis Mariano de Larra, hijo de Fígaro, y como siempre el juguete cómico final, en este caso, No matéis al Alcalde, anunciando para el domingo la puesta en escena del drama de José Zorrilla, Don Juan Tenorio, “con todo el aparato e importancia que requiere” la obra más representada del teatro decimonónico español desde que se estrenara en 1844. Fue un lleno completo, actuando varios jóvenes de la localidad, y la crítica tibia: “el drama en conjunto, obtuvo una interpretación bastante acertada”. Por sus decorados, estrenados en esta función, el público hizo salir a saludar al escenario “al joven pintor de las bonitas decoraciones”.
La repetición del Tenorio, el domingo 21 de enero de 1894, se indica en El Auseva como la última función que la compañía de Salvador Ibáñez pondrá en escena en Cangas de Onís, sin embargo, el miércoles siguiente se realiza la función de despedida, en beneficio de la señorita Pilar Ibáñez, con la puesta en escena del drama de Cavestany titulado Despertar en la sombra. Esta agrupación supo ganarse numerosas simpatías en la villa “tanto por los indiscutibles méritos que como artistas adornan a los individuos que la componen, como por la intachable conducta y buenas costumbres por los mismos observadas durante su permanencia entre nosotros”. Su director puso colofón a la estancia dedicando una composición poética a los espectadores cangueses:
“De Cangas de Onís me ausento
presa de acerbo dolor,
¡ay, que este mundo traidor
me arrastra fiero y violento!
Es necesario partir,
es ley de mi obligación,
es la negra condición
del arte para vivir.
Así pues cual nave errante
que anda buscando su puerto,
camino con paso incierto
siempre triste y vacilante,
y es muy sensible dejar
el puerto de salvación,
y estrellarse en el turbión
después de tanto luchar.
Así le plugo al destino,
y pues mi hora es llegada
con el alma lacerada
voy a emprender mi camino.
El me llena de amargura,
mi contento queda aquí
y al despedirme de ti
siento en el alma tristura.
¡Adiós, Cangueses, Adiós!
Él os colme de venturas
y vuestras dichas futuras
germinen del bien en pos,
y si aquí vuelvo a tornar
tras algún tiempo pasado
que os halle con el Juzgado
y la Zona Militar”.
El teatro en Cangas de Onís a fines del siglo XIX constituye un fenómeno social volcado a la diversión del público. Es habitual la representación de obras carentes de calidad estética, pero de indudable atractivo para unos espectadores que no son “de los más aficionados al drama”. Su escaso valor literario es reflejo fehaciente del teatro español decimonónico en provincias, donde malamente se representa el buen drama, la “alta comedia” o la gran zarzuela. La comedia y el costumbrismo, fuera del “tono mayor”, ocupan con infinidad de obras el espacio principal, reflejando ambientes populares, de modo satírico y acentuando el aspecto ridículo y cómico de las situaciones, con argumentos poco consistentes y mediocres. Un autor tan prolífico como Enrique Zumel no tiene reparos en confesar que alguna de sus obras está escrita para su bolsillo y dice, contestando a un crítico, que “cuando logro atraer mil personas al teatro, y éstas espontáneamente aplauden y llaman a la escena al autor, y se repite el drama otra noche y vuelven, es prueba de que algo bueno habrá en el conjunto defectuoso que usted censura.” Es difícil encontrar creaciones de Tamayo y Baus, López de Ayala o Benito Pérez Galdós, que en estos años escribe sus primeras obras teatrales. Por el contrario, los infinitos cultivadores de la comedia de costumbres, a cada paso más degradada, y de modelos dramáticos contemporáneos, fruto de los nuevos tiempos, son asiduos de nuestra cartelera.
Ocasionalmente, se representan autores célebres como Echegaray o el asturiano Vital Aza, y éxitos del momento como el Juan José de Joaquín Dicenta, con el inevitable Tenorio o la zarzuela Marina elevando el nivel del teatro cangués, que tantos disfrutaron por la iniciativa del empresario Alejandro Zaragoza, su principal figura en el último decenio del siglo XIX.
Quiero agradecer a don Maximino Blanco del Dago las facilidades que me ha dado para consultar su archivo y a nuestro cronista don Celso Diego Somoano la amabilidad que ha tenido al cederme las excepcionales fotografías que ilustran este artículo. No terminaré sin recordar el anunciado cierre de la última de las salas cinematográficas del oriente de Asturias: el cine Colón, que fundase Félix Fernández Valle hace 52 años. Hago desde aquí un redoble, no en los Tambores lejanos que lo inauguraron sino en la responsabilidad de quienes nos representan para que no se pierda este venerable lugar, teatro magnífico de la cultura en Cangas de Onís.
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