jueves, 19 de febrero de 2009

Pelayo descansa en Abamia


Documentos del siglo XVII defienden que la iglesia de Santa Eulalia acogió el sepulcro original del mítico personaje y el de su esposa Gaudiosa


23/01/2009 JAVIER G. CASO

La defensa de una tradición histórica "muy grande, con una base documental", y que en los últimos tiempos "se quiere negar": la condición de la iglesia de Santa Eulalia de Abamia como panteón del rey Pelayo y de su esposa Gaudiosa.

Ese ha sido el propósito fundamental de una investigación llevada a cabo por Carmen Meneses Fernández-Albor y que acaba de ser publicada en las páginas de la revista Asturies . Su trabajo de buceo en un archivo privado de Corao, permitió a Meneses localizar documentos del siglo XVII que permiten apuntalar aún más una tradición siempre defendida por los vecinos del concejo de Cangas de Onís y en especial por los de Corao, orgullosos de que su antigua iglesia parroquial siempre haya sido considerada como el lugar de enterramiento del primer rey de Asturias.

Uno de los documentos localizados por Meneses, fechado en 1632, se refiere a un informe judicial que sirvió de prueba en un pleito sobre hidalguía. Con ese documento, solicitado por Juan de Noriega del Cueto , este vecino de Demués (Onís), trataba de acreditar su condición de noble. Y como prueba de la antigüedad de su linaje, aludía de manera expresa a la posesión de unos sepulcros en la iglesia de Abamia propiedad de su familia, en uno de los cuales "se enterró el Infante Rey Don Pelayo".

A su vez, la investigación llevada a cabo por Carmen Meneses, alude a un segundo documento, resuelto en la Chancillería de Granada. En él, un vecino de Osuna, Francisco del Cueto Serrano, allá por 1644, quería demostrar su parentesco con los Cueto de Cangas de Onís. Y para ello recuerda que esta familia tenía preeminencia a la hora de ser enterrados en Abamia.

En aquel pleito un anciano de Zardón, localidad del concejo cangués, recordó que en la sepultura principal de la iglesia de Santa Eulalia de Abamia "había estado enterrado el señor infante Don Pelayo hasta que habían trasladado los huesos a Nuestra Señora de Covadonga, que así lo había oído decir en público desde que había tenido uso de razón". A la vista de estos documentos, según Meneses, queda claro que en el siglo XVII la tradición "estaba tan viva que sirvió de prueba judicial". Una tradición que a juicio de la investigadora "debe mantenerse".

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