JAVIER PIZARRO MARTÍN LNE
Durante este año 2008 estamos celebrando el denominado «Año santo de la Cruz» en la diócesis de Asturias, al conmemorarse los once siglos de la realización de la Cruz de la Victoria.
Debemos remontarnos a la Alta Edad Media para encontrar los orígenes de esta cruz, pues fue el primer rey de la Monarquía astur, Pelayo, quien tras huir de la corte visigoda toledana se refugia en las montañas del norte de España. Allí, en el año 722, encabeza un grupo hostil al dominio árabe en Asturias, y decide iniciar una revuelta contra un destacamento del ejército musulmán bajo el mando del Alkama (esta refriega en la cual alcanzan la victoria las gentes de Pelayo será la que pasará a la Historia como la célebre «Batalla de Covadonga».
Pelayo atribuye su victoria a la intervención divina a través de Santa María, en cuya gruta (denominada «Covam Dominicam» o «Cueva de la Señora») y situada en el monte Auseva, se refugian antes del combate, pues es ella la que hace aparecer en el cielo con anterioridad a la batalla una cruz luminosa mientras Pelayo oye: «Hoc signo vincis» («Con este signo vencerás). Una experiencia semejante le pasa siglos antes a Constantino el Grande, primer emperador romano que se hace bautizar y que, en el año 313, promulga el Edicto de Milán por el cual el cristianismo pasará a ser religión oficial del Imperio romano.
Pelayo obedece el mandato divino revelado a través de Santa María (a la que se dará la advocación de «Nuestra Señora de las Batallas», en principio, y con posterioridad, la de «Nuestra Señora de Covadonga») y manda fabricar una cruz de madera de roble, que será la que utilice como emblema en su enfrentamiento contra el ejército musulmán. Una vez alcanzada la victoria, Pelayo atribuye su éxito a la utilización de tal emblema protector («Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus» -o lo que es lo mismo- «Con este signo es protegido el piadoso, con este signo es vencido el enemigo»).
Posteriormente, la cruz de madera de roble acompaña a Pelayo en la naciente corte de Cangas de Onís. Allí, su hijo Favila construye años después una pequeña ermita consagrada el 27 de octubre de 737 y erigida sobre los restos de un dolmen (ermita que aún existe aunque totalmente reformada), donde se custodia y rinde culto a la cruz utilizada por su padre en el año 722.
Allí permanecerá hasta que es el monarca Alfonso III el Magno quien, en 908, decide hacer un obsequio al obispo ovetense y manda cubrir de oro y ricas piedras preciosas y esmaltes tan insigne enseña. Dicha labor de orfebrería se realiza en tal fecha (908) en un pequeño taller de orfebrería existente en uno de los pisos de un castillo defensivo situado en el peñón de Raíces (Castrillón), según consta en la inscripción existente en la propia cruz.
En la actualidad y desde entonces, la Cruz es custodiada en el piso superior de la cripta de Santa Leocadia de la Catedral de Oviedo (en la estancia prerrománica conocida con el nombre de «Cámara Santa»), junto con otras reliquias y obras de arte (Arca Santa, Cruz de los Ángeles, Caja de las Ágatas, Santo Sudario, etcétera). De ahí que a este lugar se lo conozca desde hace siglos con el nombre de «relicario de Oviedo», y que sea, junto con la imagen del Salvador, lugar de obligada visita para los peregrinos compostelanos a su paso por la capital de Asturias.
A lo largo de los siglos ha sufrido diversos avatares, pues a punto estuvo de ser robada por las tropas napoleónicas en el asedio de Oviedo, durante la Guerra de la Independencia. Sufrió daños en la voladura de la Cámara Santa en 1934. La última de las agresiones se produjo en su robo del 10 de agoto de 1977 con las demás joyas, siendo, tras su recuperación, pacientemente reconstruida y reintegrada a la Cámara Santa en 1982.
A lo largo de toda la historia del Principado, la Cruz de la Victoria ha sido un objeto de tal significación, que los reyes de la Monarquía asturiana quisieron que figurase esculpida en piedra sobre los principales monumentos y edificios, así como estampada en los documentos de mayor relevancia. Los principales regimientos y fuerzas militares a lo largo de los siglos quisieron que también figurase en sus estandartes y enseñas, y no pocas entidades de carácter civil, deportivo o cultural han querido que también apareciera reflejada de alguna manera en sus distintivos oficiales (muchos concejos de la región la tienen en sus escudos heráldicos). Asimismo, la Cruz de la Victoria es reproducida en numerosos trofeos y galardones destinados a las personalidades más relevantes en los más diversos ámbitos y es objeto asimismo de obsequio para multitud de personas.
En el ámbito político, siempre figuró como enseña principal de Asturias y, con la llegada de la democracia, fue designada en el Estatuto de Autonomía para que constara, sobre fondo azul tanto en el escudo como en la bandera del Principado como enseñas oficiales de la región.
Debemos remontarnos a la Alta Edad Media para encontrar los orígenes de esta cruz, pues fue el primer rey de la Monarquía astur, Pelayo, quien tras huir de la corte visigoda toledana se refugia en las montañas del norte de España. Allí, en el año 722, encabeza un grupo hostil al dominio árabe en Asturias, y decide iniciar una revuelta contra un destacamento del ejército musulmán bajo el mando del Alkama (esta refriega en la cual alcanzan la victoria las gentes de Pelayo será la que pasará a la Historia como la célebre «Batalla de Covadonga».
Pelayo atribuye su victoria a la intervención divina a través de Santa María, en cuya gruta (denominada «Covam Dominicam» o «Cueva de la Señora») y situada en el monte Auseva, se refugian antes del combate, pues es ella la que hace aparecer en el cielo con anterioridad a la batalla una cruz luminosa mientras Pelayo oye: «Hoc signo vincis» («Con este signo vencerás). Una experiencia semejante le pasa siglos antes a Constantino el Grande, primer emperador romano que se hace bautizar y que, en el año 313, promulga el Edicto de Milán por el cual el cristianismo pasará a ser religión oficial del Imperio romano.
Pelayo obedece el mandato divino revelado a través de Santa María (a la que se dará la advocación de «Nuestra Señora de las Batallas», en principio, y con posterioridad, la de «Nuestra Señora de Covadonga») y manda fabricar una cruz de madera de roble, que será la que utilice como emblema en su enfrentamiento contra el ejército musulmán. Una vez alcanzada la victoria, Pelayo atribuye su éxito a la utilización de tal emblema protector («Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus» -o lo que es lo mismo- «Con este signo es protegido el piadoso, con este signo es vencido el enemigo»).
Posteriormente, la cruz de madera de roble acompaña a Pelayo en la naciente corte de Cangas de Onís. Allí, su hijo Favila construye años después una pequeña ermita consagrada el 27 de octubre de 737 y erigida sobre los restos de un dolmen (ermita que aún existe aunque totalmente reformada), donde se custodia y rinde culto a la cruz utilizada por su padre en el año 722.
Allí permanecerá hasta que es el monarca Alfonso III el Magno quien, en 908, decide hacer un obsequio al obispo ovetense y manda cubrir de oro y ricas piedras preciosas y esmaltes tan insigne enseña. Dicha labor de orfebrería se realiza en tal fecha (908) en un pequeño taller de orfebrería existente en uno de los pisos de un castillo defensivo situado en el peñón de Raíces (Castrillón), según consta en la inscripción existente en la propia cruz.
En la actualidad y desde entonces, la Cruz es custodiada en el piso superior de la cripta de Santa Leocadia de la Catedral de Oviedo (en la estancia prerrománica conocida con el nombre de «Cámara Santa»), junto con otras reliquias y obras de arte (Arca Santa, Cruz de los Ángeles, Caja de las Ágatas, Santo Sudario, etcétera). De ahí que a este lugar se lo conozca desde hace siglos con el nombre de «relicario de Oviedo», y que sea, junto con la imagen del Salvador, lugar de obligada visita para los peregrinos compostelanos a su paso por la capital de Asturias.
A lo largo de los siglos ha sufrido diversos avatares, pues a punto estuvo de ser robada por las tropas napoleónicas en el asedio de Oviedo, durante la Guerra de la Independencia. Sufrió daños en la voladura de la Cámara Santa en 1934. La última de las agresiones se produjo en su robo del 10 de agoto de 1977 con las demás joyas, siendo, tras su recuperación, pacientemente reconstruida y reintegrada a la Cámara Santa en 1982.
A lo largo de toda la historia del Principado, la Cruz de la Victoria ha sido un objeto de tal significación, que los reyes de la Monarquía asturiana quisieron que figurase esculpida en piedra sobre los principales monumentos y edificios, así como estampada en los documentos de mayor relevancia. Los principales regimientos y fuerzas militares a lo largo de los siglos quisieron que también figurase en sus estandartes y enseñas, y no pocas entidades de carácter civil, deportivo o cultural han querido que también apareciera reflejada de alguna manera en sus distintivos oficiales (muchos concejos de la región la tienen en sus escudos heráldicos). Asimismo, la Cruz de la Victoria es reproducida en numerosos trofeos y galardones destinados a las personalidades más relevantes en los más diversos ámbitos y es objeto asimismo de obsequio para multitud de personas.
En el ámbito político, siempre figuró como enseña principal de Asturias y, con la llegada de la democracia, fue designada en el Estatuto de Autonomía para que constara, sobre fondo azul tanto en el escudo como en la bandera del Principado como enseñas oficiales de la región.
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