viernes, 2 de octubre de 2009

Misterio

Lucas Gómez


El "santuarín" de La Estrada en tierras de Abamia, y los del barrio de Torcaballo y el pueblo de Bobia de Arriba en el concejo de Onís, son indudablemente una verídica muestra del fanatismo imperante en la época de los Austrias, que tuvo un triste crepúsculo con el reinado del pobre don Carlos II.


Yo tengo una devota afición por todas esas cosas que conservan un mundo de recuerdos esculpidos en sus paredes ya en ruinas por el peso de los siglos.


En un pequeño santuario —hogaño abandonado— ofrécese al transeúnte un gesto de místico recogimiento, una mueca de exagerada religiosidad, una evocación palpable de la rigidez y fanatismo de otra época. La diminuta ermita que muestra al mundo su abandono y sus lacerias, en el sitio de la carretera de Cangas de Onís a Onís conocido por el nombre de La Estrada, ostenta en su frontis un letrero que dice: "Con limosnas y oraciones salimos de estas prisiones"; aparece a los ojos del transeúnte siempre cerrada y solo desde la pequeña reja de que se compone la parte superior de la puerta pueden verse en el interior vestigios de atributos religiosos en completa ruina y dejadez.


Unos cuantos metros más arriba, al coronar la pendiente que allí inicia la carretera, y a la margen de ésta más estratégica, se alza una casa chata y asimétrica, de paredes ennegrecidas por el tiempo, a cuya vivienda el vulgo denomina la casa del Pecáu [casa del pecado] en el argot aldeano; o sea en castellano limpio, la Casa del Demonio. Hace ya tiempo — quizá veinticinco años— hubieron de llamar mi atención ambas cosas, tan cerca una de la otra, tan en lucha continua siempre lo que ambas representan, y mi imaginación hubo de pensar... aquí hay misterio; aquí hay enigma, y no me hubiera sorprendido en cualquiera de esas noches hondas, negras y tenebrosas del invierno astur, ser espectador en aquellos parajes de la auténtica danza macabra con su música de cadenas y de hierros y su fuerte olor a azufre contenida a la puerta de la ermita por los cantos litúrgicos, la sinfonía de campanas y las preces y oraciones de las huestes de la banda contraria.


Un aficionado a la literatura, aunque posea de nociones menos de un adarme, debe de creer en lo increíble, debe de dar forma, vida y realidad a los sucesos que se formen en su imaginación, aún siendo de palpable inverosimilitud y por eso yo ante las paredes inquietantes de lacasa del Pecáu y la puerta misteriosa del santuario de La Estrada, siento la suave emoción de que se han vueltos locos relojes y calendarios, y vivo en el corazón de siglos pasados envuelto en todo su cúmulo de atrocidades... Y en una hermosa noche otoñal, en que el valle como el cielo tenían una tonalidad tan suave, como amable era la serena temperatura del ambiente, hube casi de descubrir el misterio que parecía guardaba su secretopara mí.


Estaba yo en Cangas de Onís aquella tarde y ya en dirección a Onís y Cabrales habían salido cuantas diligencias —entonces no reinaba todavía la gasolina— hacían el servicio diario a aquellos concejos; era día de fiesta o de feria muy sonada, allá por los términos de Amieva y Ponga y en la ciudad escaseaban los carruajes de alquiler. Por otro lado mi bolsa siempre escasa no hubiera podido hacer frente quizá a las pretensiones de algún auriga aprovechado y confiando en la grata delicia de una noche apacible y un cielo estrellado decidí emprender a pie la caminata y así pasaría ya noche frente al santuario de La Estrada y frente la casa del Pecáu y hundiría una vez más la mirada en aquellos sitios que reflejan alguna tenebrosa leyenda...



Y así fue, en efecto. Tan ensimismado caminaba al llegar frente a la puerta de madera del santuario que no advertí la presencia de un clérigo que cruzaba frente a mí envuelto en un pardo manteo y con un enorme sombrero de teja que le sombreaba casi todo el rostro. No había nadie en la carretera, ni en los prados ni maizales ni arboledas cercanas. El silencio era imponente; solo de las cuestas linderas unos lloqueros traen sus sones envueltos en el misterio que rodea la escena. El sacerdote se detuvo ante la puerta inquietadora y entonces se iluminó todo el interior del santuario... Crucé rápidamente la carretera. Quería rogar al clérigo alguna referencia acerca del enigmático santuario que mendiga limosnas y oraciones en la encrucijada de un camino; y que abandonado, sólo, lleno de miseria y de dolor parece uno de esos desgraciados que a la entrada de las romerías imploran la caridad pública mostrando al pueblo sus miembros amputados.



Al acercarme, con una cortés reverencia, al sacerdote, se volvió de pronto como con sobresalto y antes de que yo hablara murmuró con voz triste y anhelante...
—¿Quieres oírme decir misa? Soy el Padre Mauro de Contranquil que lleva trescientos años haciendo penitencia en este santuario hasta que pueda desahogar mi conciencia con un habitante del mundo de los vivos...
Me sorprendió la melancolía con que hablaba aquella ánima en pecado. Apenas se veía su rostro vagamente iluminado por la luz de las estrellas. Enseguida abrió con suavidad la puerta de la ermita y me obligó a seguirle; un soplo de humedad me dio en la cara como el hálito de un subterráneo; la puerta no
había crujido; yo no vi ninguna llave en la mano del sacerdote y al penetrar tras él en aquella estancia enigmática confieso noblemente que sentí miedo...

—Si yo puedo salvarle, padre, a ello estoy dispuesto— hube de balbucir.
—No sé si podrás...
Y cuando con semblante de satisfacción parecía querer referirme el misterio de aquel sitio se oyó en las erías cercanas como el zumbido de una tempestad, como el clamor sordo de un mar iracundo y embravecido, y entonces el Padre Mauro de Contranquil posó sobre la mía su mano helada, cadavérica, y exclamó:
— ¡Por un momento me creía salvado! Vete, ya nos ha visto. Nada se puede conseguir. No es posible burlar la vigilancia de tan terrible enemigo...
Un alarido de monstruo rasgó como una puñalada la paz de la noche. Luego apareció a mi vista un monstruo de fuego caballero en un macho cabrío que con risa lúgubre y tableteante fue desaparecien
do entre un fuerte olor a azufre, dando rabotazos y saltos inverosímiles de árbol a árbol hasta perderse por los castaños fronteros. Yo, de pronto, volví a quedarme sólo en la carretera; el santuario quedó vacío y en tinieblas; el clérigo había desaparecido; el demonio también; únicamente la noche otoñal con su claridad melancólica seguía brindándome su poema encantador...
Cuando volví en mí; cuando me repuse de tamaña emoción, restregué los ojos con mi mano, creía haber sido víctima de la inconsciencia del sueño, de los fenómenos del sonambulismo en que el alma se va del cuerpo en pos de sus sombras grotescas y estrambóticas; pero no, estaba despierto y bien
despierto; tanto, que la crecer mi lucidez con las suaves caricias de la brisa otoñal pude darme cuenta exacta de que había sido testigo de la tragedia de un hombre, del Padre Mauro de Contranquil, que allí sufre una inacabable penitencia perseguido del demonio y en espera de que se obre un milagro que lo
salve, de que "con limosnas y oraciones le saquen de sus prisiones", como a la humanidad pide en su puerta el "santuarín" de La Estrada.


PRIETO NORIEGA, Sacramento, “Misterio”, en El Popular, semanario de información local, Cangas de Onís, año VIII, núm. 326, de 11 de agosto de 1927, pp. 1 y 2. “Lucas Gómez” es seudónimo de Sacramento Prieto Noriega. Gentileza del Museo de la cerámica y los relojes Basilio Sobrecueva.


http://209.85.129.132/search?q=cache%3AOcyhUzfE7PQJ%3Awww.abamia.net%2FMisterio.pdf+CANGAS+DE+ONIS+MISTERIO&hl=es&gl=es












No hay comentarios: