CASA DELFINA
Un chigre centenario Casa Delfina fue, así lo aseguran sus dueños con certeza y orgullo, la primera fonda de Cangas de Onís y el lugar preferido por quienes acudían a la histórica ciudad a cualquier cita o al mercado. Hoy mantiene su sabor con orgullo y como un emblema propio.
Esther Blanco es una chigrera de raza. Dicharachera y de carácter, de mano, quizás desconfiada y luego tan agradable que no te deja abandonar su establecimiento entre preguntas, contestaciones y buena tertulia. Da la sensación de que siempre la dejamos con la palabra en la boca, como se suele decir, y que en toda su vida, no tuvo más pretensiones que mantener lo heredado de sus padres en Cangas de Onís. Allí, donde arranca la Calzada de Ponga, lo cual significa que tiene la placa con el número 1 de la citada calle, nos encontramos con Casa Delfina que es la suya, y se accede al bar tras subir un generoso peldaño que facilitaba a la inversa, echar clientes a la calle cuando se ponían un poco pesados. El bar, que a la calle solamente anuncia sidra de buena calidad, está casi casi como hace 70 años que lo abrió su padre -exceptuando las botellas de vinos y licores que muestran su modernidad en la repleta estantería- aunque el establecimiento ya lo había fundado Don Baldomero García Rionda 30 años antes, osea que goza de la calidad de centenario. Dice Esther, con seguridad, certeza y cierto orgullo, que fue la primera fonda de Cangas de Onís y lugar preferido por los ponguetos cuando bajaban a la histórica ciudad los días de mercado o a consultas con el galeno, y que a su vez, también fue dicha casa la que dispuso del primer cuarto de baño en un establecimiento público y que los cangueses la visitaban con admiración para ver y comprobar el poderío y la modernidad de la familia. Pues allí sigue tan vetusto como curioso establecimiento, regentado por la propia Esther y por su marido Jesús Ánia Meré, que recuerda a quien quiera escucharle, que tiene 93 años cumplidos y que su profesión fue y sigue siendo la de camarero, y que antes de caerse por Cangas, ejerció su profesión en el Café Pinín de Llanes, casa que estaba considerada de alta escuela, y también cuenta que estuvo en muchas guerras, o mejor dicho en muchas batallas, que perdieron la del norte y lo mandaron al frente de Madrid. No sabemos en que bando estaba porque no se lo preguntamos, tampoco nos importaba mucho, de verdad, pero sí disfrutamos con su amena charla hasta que avisó a Esther de que en el bar había un cliente que hacia preguntas y tomaba apuntes en una libreta, y ella, con rapidez, se incorporó a la conversación tras escuchar lo que comentábamos, no fuese a suceder que quien esto les cuenta, perteneciese a alguna promotora inmobiliaria de las que amenazan con hacerse dueños del viejo edificio. Se quedó, entonces, Jesús a la escucha para ratificar las palabras de Esther que, genio y figura, no tiene pensado abandonar su trabajo tras la vieja barra de Casa Delfina que en buena lógica es su casa y es su vida, que tiene clientes de muchos años que la visitan diariamente, incluso muchos ponguetos como antiguamente, que le cuentan sus cosas y se dejan incluso asesorar por la incansable Esther.
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