miércoles, 2 de julio de 2008

El conde de Covadonga

JAVIER REMIS FERNÁNDEZ



El título de conde en España es el tercero en orden de importancia, tras el de duque y marqués, pero supone tal prestigio que hasta la misma Casa Real ha optado por emplearlo en ciertas ocasiones. Uno de los últimos casos fue el de don Juan, padre del actual Rey y conde de Barcelona. Sin embargo, no había sido el único, anteriormente su hermano, Alfonso de Borbón y Battemberg, ostentó el título de Príncipe de Asturias y, a partir de su renuncia al trono en 1933, el de conde de Covadonga.

Alfonso de Borbón y Battemberg nació en Madrid, el 10 de mayo de 1907, inscrito en el «Registro especial de la Real Casa» dos días más tarde, fue bautizado el 18 del mismo mes por el arzobispo de Toledo, monseñor Sancha, imponiéndole los nombres de Alfonso, Pío, Cristino, Eduardo, Francisco, Guillermo, Carlos, Enrique, Eugenio, Fernando, Antonio y Venancio. Al nacimiento, como mandaba el protocolo, asistieron numerosas representaciones, entre ellas, la de Asturias, formada por don Alejandro Pidal, los marqueses de Teverga, Pidal y Canillejas; los condes de Toreno, Revillagigedo y de la Vega del Sella; el general Suárez Inclán y los señores José Suárez Fernández, Benito Castro García, Ramón Prieto Pazos, José Moutas Blanco y José Cienfuegos.

Hijo primogénito del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia, de su madre heredó la enfermedad de la hemofilia, con la que tuvo que convivir toda la vida. De cara pálida y ojerosa su rostro siempre denotó cierta tristeza, quizá por no poder desarrollar una vida normal como cualquier persona, dado que el mínimo percance o enfermedad le podría acarrear trágicas consecuencias.

Su padre nunca llegó a superar que fuera un hombre frágil, esperaba del futuro heredero un hombre fuerte y sano, capaz de demostrar fortaleza ante los grandes temas de Estado.

Lejos de todo esto, don Alfonso llevó una vida tranquila sin preocuparse de políticas ni cuestiones de Estado y se dedicó, casi por completo, a disfrutar de la naturaleza en el palacio del Pardo. Por prescripción médica, allí solía recluirse para descansar y pasear por los jardines y allí fue donde pasó los momentos más felices de su vida, dedicándose al cuidado de sus granjas de gallinas y cerdos (esta última en Riofrío, donde era dueño de una fábrica de embutidos).

A sabiendas de que para perpetuar la dinastía debería contraer matrimonio, tampoco en ello mostró gran interés, incluso llegó a rechazar a la princesa Ileana de Rumanía. Sin embargo, a raíz de la caída de la Monarquía y tras los problemas familiares, en 1931 su estado de salud empeoró e ingresó en una clínica de Lausana, donde conoció a Edelmira Sampedro y Robato, dama que le cautivó por su gran estilo y belleza. Hija de Pablo Sampedro, natural de Matienzo (Cantabria) y emigrante a Cuba, donde llegó a convertirse en propietario de una gran plantación de caña de azúcar, y de Edelmira Robato, nacida en Cuba pero de origen asturiano, las aspiraciones de ésta no fueron otras que las de convertirse en Princesa de Asturias y en futura Reina de España.

Si las relaciones entre Alfonso XIII y su hijo no eran nada buenas, empeoraron tras enterarse el monarca, por la prensa, de la relación que mantenía su hijo con la Pachunga (nombre con el que popularmente se conocía a Edelmira entre los miembros de la familia real). El rey, desde un principio, se opuso a esa relación y así se lo hizo entender a su hijo, pero éste, haciendo caso omiso a los consejos de su padre, en una carta fechada el 11 de junio de 1933, renunció al título de Príncipe de Asturias para contraer matrimonio con la bella dama cubana. Tan sólo unos días después, el 21 de junio, en la iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy (barrio de Lausana), tuvo lugar la sencilla ceremonia, a la que asistieron la reina Victoria Eugenia y las infantas Beatriz y Victoria. Es entonces cuando don Alfonso deja de ser Príncipe de Asturias y pasa a ostentar el título de conde de Covadonga.

Tras una larga luna de miel, y conocedora de que nunca llegaría a ser Princesa de Asturias, Edelmira estuvo al lado de don Alfonso dos años, transcurridos los cuales puso tierra de por medio y regresó a su cuba natal. Poco tiempo después, tras verse solo y desesperado en su casa de París, el conde de Covadonga embarcó rumbo a América con la intención de reconciliarse con la que todavía era su esposa. Así fue, el matrimonio se rehizo y volvieron a vivir una segunda luna de miel hasta que, al estallar la guerra civil, don Alfonso cae gravemente enfermo y es definitivamente abandonado por la cubana.

El 8 de mayo de 1937 firmó el divorcio en La Habana y dos meses después, el 3 de julio de 1937, se volvió a casar con, la también cubana, Marta Esther Rocafort Altuzarra en una grandiosa ceremonia a la que acudió el entonces presidente de la isla, Federico Laredo Bru. Muy parecida a su anterior esposa, morena, de grandes ojos negros e hija mayor de un destacado dentista cubano llamado Blas Manuel Rocafort González y de Rogelia Altuzarra Carbonell, fue reconocida modelo de alta costura en Nueva York. La amistad entre ambos había surgido tras conocerse en una fiesta, en Manhattan, pero su matrimonio, al igual que el primero, duró poco tiempo. Estuvieron juntos dos meses y, tras separarse, firmaron el divorcio en Nueva York el 8 de enero de 1938.

Ocho meses más tarde, en la noche del 6 de septiembre de 1938 y en una de las calles de Miami, fallece don Alfonso como consecuencia de un accidente automovilístico en el que su vehículo se estrelló contra un poste telefónico. Siempre la soledad estuvo presente en la vida de don Alfonso, incluso en su último adiós, cuando la única persona que envió flores a su entierro fue su madre, la reina Victoria Eugenia.

Respecto a quienes habían sido sus esposas, Edelmira siguió conservando, discretamente, el titulo de condesa de Covadonga hasta su muerte, sucedida en Coral Gables (Miami, Florida), el 23 de mayo de 1994, mientras que Marta Esther volvió a contraer matrimonio con el multimillonario americano E. H. «Tomy» Adkins Jr.

Desde 1985 los restos del conde de Covadonga, por expreso deseo de su sobrino el Rey don Juan Carlos I, descansan en el panteón familiar del monasterio del Escorial.

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