domingo, 15 de junio de 2008

Devoción canguesa por San Antonio

Alba SÁNCHEZ R.
J. M. CARBAJAL / Cangas de Onís, LNE

«Siempre pido vacaciones para venir a Cangas por San Antonio», destacaba el cangués de adopción Luis Huerta Gómez, «Luisón, el de Benia», quien lleva trece años residiendo en Lanzarote y que ayer participó en la procesión del santo local, en el día grande de sus fiestas. «Soy un devoto convencido de San Antonio y me emociona ver cómo la gente se siente involucrada con las fiestas», añadió Luisón, fiel a su cita paduana y luciendo, como manda la tradición, el traje de asturiano.

Desde Londres se desplazó hasta Cangas la reconocida pintora Covadonga Valdés Sobrecueva, que lleva 21 años viviendo en la ciudad inglesa. «Intento venir todos los años, pero me resulta muy difícil a causa del trabajo», explicó la artista. En esta ocasión, su labor no impidió que pudiera cumplir con el santo.

De los cuatro ramos ofrecidos ayer por los cangueses al patrón, de nuevo llamó la atención el de los vecinos de la calle San Pelayo -y en particular de Josefina-, gigantesco y espectacular. Un enorme ramu del que colgaban 48 roscos y 48 monxinas de pan, engalanado con una palanca de yerba en la cumbre. Sus bailarines -los hombres que fueron turnándose a lo largo del recorrido para llevarlo a hombros- le dieron un balanceo especial, de izquierda a derecha, que levantó admiración entre los espectadores que siguieron la procesión. «Son 19 años los que llevamos ofreciendo el ramu», apuntó Celso Fernández, uno de los responsables del mismo.

Un poco más atrás, al frente de las andas con San Antonio de Padua, se encontraba Enrique Valdés, acompañado por un nutrido grupo de fervientes simpatizantes sportinguistas, que, como él, a buen seguro le pidieron ayer a «su» San Antonio una ayuda para de certificar mañana el ascenso del equipo gijonés a Primera División.

Cangas de Onís se volcó con su patrono. Centenares de fieles y curiosos siguieron el acto central de la fiesta, la tradicional procesión por las calles de la ciudad, que llevó la imagen del San Antonio de Cangas hasta su capilla, en el barrio de Cangues d'Arriba, con el párroco local, Luis Álvarez, presidiendo los oficios religiosos.

Un sinfín de aldeanas tocaba y movía sus panderetas al son de las antiguas canciones del santo. Los mozos, ataviados con el traje de porruano, escoltaban los ramos. Detrás, cientos de personas acompañaban al santo de Padua. Una vez devuelta la imagen a su capilla se oyó una traca y comenzó la popular puya (subasta) del pan de los ramos y de las ofrendas que durante la mañana fueron dejando los fieles.

Las roscas alcanzaron los 20 euros, lo mismo que una docena de huevos. Una pieza de queso de Gamonéu de tres kilos y medio se llegó a pagar a 120 euros. Después, tras la quema del «Xigante», varias familias canguesas fueron desplegando sus viandas para compartir con los amigos la tradicional comida campestre del robledal de San Antonio.

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