RECUERDOS DE UN VIAJE POR ESPAÑA 1862
Al regresar desde Covadonga á Infiesto, dejamos á nuestra izquierda las nevadas cumbres del concejo de Ponga, que se presentan á la vista del viagero como inmensas pirámides de alabastro ocultando en las nubes su cúspide. No siéndonos posible visitar este concejo porque ni entraba en nuestro cálculo , ni teníamos tiempo para recorrer el principado en todas direcciones , Caunedo quiso indemnizarnos refiriéndonos algunas de sus particularidades durante el camino, y sobre todo la leyenda del castillo ó torre de Cazo que es como sigue:
—Habeis de saber, amigos mios, dijo, por la mayor ventura del mundo que
—Eso huele á cuento que trasciende, interrumpió Mauricio.
—¿Y qué son las leyendas mas que cuentos inventados sobre un hecho ó un edificio cualquiera? replicó Caunedo.
—Ciertamente, prosiguió Mauricio, pero lo de la mayor ventura del mundo, me recuerda á mi nodriza cuando me referia los cuentos de princesas encantadas.
—Bueno, variaré el principio, dijo con mucha calma el narrador.
—No le haga vd. caso, Caunedo, añadí yo, que este tiene por costumbre interrumpir eternamente.
—Y tú reganar por todo. Ya callo y escucho.
— Decia, continuó Caunedo tomando el hilo de su historia, que la tal torre ó castillo, que yo he visitado hace muy pocos meses, es tan sólida como antigua y debió ser una fortaleza inespugnable allá en antiguos tiempos. En ella habitaba el señor del Coto de Cazo que murió en una batalla contra los moros, dejando por única heredera de su nombre y fortuna á una hija bellísima llamada doña Munia. Mil caballeros de nombradia acudieron solícitos á rendirle amoroso homenage, pero la castellana de Cazo, fuese por orgullo, ó por cualquiera otra causa ignorada, á todos los dejaba suspirar á sus pies sin concederles una mirada de compasion. Un dia que doña Munia.se hallaba recostada en un sitial, y entregada al parecer á profundas meditaciones, fué á interrumpirlas un page anunciándola que á las puertas del castillo se hallaba un caballero peligrosamente herido en reciente combate, y que el escudero, que trabajosamente lo habia arrastrado hasta allí, demandaba hospitalidad para su moribundo amo. Doña Munia era caritativa, como todas las castellanas de aquellos tiempos heróicos, y mandó al punto que el caballero fuese recibido y cuidado con todo el esmero posible. Las leyes de la hospitalidad , entonces tan respetadas, imponían á la castellana el deber de visitar á su huésped al siguiente dia de su llegada, y asi lo hizo en efecto , sin sospechar que el amor le hubiese tendido un lazo para prender su corazon altivo. En una palabra, dona Munia se prendó del guerrero; pero no asi como quiera, sino con una pasion furiosa y que por desgracia no podia ser correspondida. El caballero, que se llamaba Lotario y era de nacion francés, volvia de la Tierra Santa, donde habia ido en cumplimiento de un voto, y antes de retirarse a su patria, deseando adquirir algunos trofeos en la guerra contra los enemigos de Cristo, vino á ofrecer su espada á Alfonso III, que ocupaba á la sazon el trono de Asturias, y en un combate singular que trabó con uno de los magnates del pais, muy cerca del castillo de Cazo, habia recibido las heridas de que, gracias al cuidado de dona Munia, se hallaba ya muy aliviado. Toda esta relacion que hizo á la castellana el escudero de Lotario, la interesó vivamente; pero cuando preguntó con el mayor anhelo si su señor tenia amores en el pais natal, cayó en la mas terrible desesperacion , al saber que iba á casarse apenas regresára, con una dama de alta alcurnia y estraordinaria belleza, de quien estaba perdidamente enamorado. No se desanimó por esto doña Munia; al contrario, avivada su pasion con la misma contrariedad, puso en juego cuantos medios pueden sugerir a una muger orgullosa los celos y el amor combatido , para retener en Cazo á su ingrato huésped; pero todo en vano: restablecido Lotario de sus heridas se mostró muy agradecido á la castellana por los favores que le habia dispensado, y le pidió permiso una noche para marchar al siguiente dia á reunirse con el rey Alfonso. Desesperada Munia al ver la inutilidad de sus esfuerzos, y no hallando remedio ya en lo humano, llamó al diablo en su socorro, que acudió al punto ; pues como vds. saben , en aquellos tiempos el diablo tenia sin duda menos que hacer que ahora, y servia a las mil maravillas á cualquiera que lo invocaba. Doña Munia le pidió al espirita infernal el amor de Lotario, ofreciéndole en cambio su alma, y el diablo accedió despues de regatear un poco, porque el francés parece que tenia un talisman que hacia muy difícil su conquista. Se firmó el convenio con sangre de las venas de la desdichada dama en un negro pergamino que el espíritu maligno llevaba á prevencion, y éste desapareció al punto. Largo tiempo siguió Munia á Lotario tomando distintas formas para hacerlo caer á sus pies, siempre auxiliada por Satanás; pero nada pudo conseguir, porque el paladín llevaba sobre sí un fragmento de la vera cruz que traía de Jerusalen, el cual lo libraba siempre de las acechanzas y tentaciones de su enamorada, que jamás pudo llegar á tocarle con la mano, porque una fuerza irresistible se lo impedia. Desesperada de tanto padecer é impulsada por su protector, que ya deseaba llevarla al infierno, decidió arrojarse de lo alto de un precipicio para acabar con su vida; pero Lotario, que a la sazon estaba á su lado, compadecido de verla sufrir, é impulsado sin duda por una inspiracion divina, le puso al cuello su relicario, con cuyo contacto, no solo ahuyentó al espíritu maligno que la atormentaba, sino que la curó de su insensata pasion convirtiéndola á Dios. A los pocos dias tomó doña Munia el velo en un monasterio cercano, donde edificó con sus penitencias ; y Lotario partió á su tierra, donde es de suponer que se casaría con la dama de sus pensamientos: aqui concluye mi historia En las largas noches de invierno, el viento al soplar por entre las desmoronadas almenas y ladroneras del castillo de Cazo, forma gemidos lastimeros que las viejas caseras del contorno dicen son producidos por el alma de doña Munia que anda vagando en demanda de oraciones
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